martes, 12 de agosto de 2014

Iris Rivera, entrevista

Encontrarme en este espacio con Iris Rivera, significa mucho más que "entrevistar" a una "escritora"... Significa para mí el reencuentro con una maestra.
Hace mucho años, yo solía escribir mucho más de lo que hablaba, por eso una docente de narración oral me había sugerido asistir a un taller literario. Pero no a cualquiera, dijo, porque sabía que yo tenía, además de pocas palabras, muchas tristezas. Me pasó un nombre "Eduardo Dayán". El fue el primero en ver mis escritos, en un bar que se llamaba "Renacer" y tal vez esa era una señal, la de que todo vuelve a empezar cada vez.- Era verano, y Eduardo había dicho que retomaría en Abril sus actividades, pero yo quería empezar pronto, y seguí buscando... entonces en internet hallé un nombre, como si acaso una luz me lo hubiera señalado: "Iris Rivera", y le escribí.- Nos juntamos en su espacio de trabajo. Me esperaba con jugo y galletitas, y una sonrisa puesta y una mirada que abarcaban letras, cuerpo y alma para quien, como yo, lo andaba buscando todo.- Me senté tímida con mis pocas palabras dichas, con mis muchas palabras escritas, y le fui mostrando mis cuentos de a poco. Ella mostraba gusto al leerme, mientras yo aflojaba miedos de principiante, y me guardaba su sonrisa para siempre sin que se diera cuenta.- Sus palabras, su aliento puesto en mi escritura, iban trabajando dentro mío.- Finalmente le escribí a Eduardo: "Encontré una persona que me lea, Iris Rivera".- Y es que era eso, era sentirse leída por quién una lee, cosa extraña y así de bella.- Eduardo me dijo "Buena elección, Iris Rivera es adorable, y es una amiga".- Todo estaba listo para comenzar, y allí fue entonces donde dí mis primeros pasos en este camino de constante búsqueda dentro del campo de la literatura... No por nada, cuando para la facultad tuve que hacer un trabajo de observación, me puse en contacto con ella para asistir a su taller, una formal excusa para volver, y sobre todo para abrazarla de vuelta.- 
Porque las palabras tallan recuerdos y las huellas resultan indelebles, puedo decir con alegría, aquí está, Iris Rivera, otra vez... ¡Gracias Iris por esta entrevista!... La compartimos:



Dijo Ema Wolf en una mesa redonda que “los lectores contumaces nos alimentamos en buena medida de los textos inconvenientes a los ojos de lo instituído”… ¿De tu experiencia lectora en tu infancia, recuperás algunos textos “inconvenientes”?



De mi infancia, no. Debo haber sido una niñita demasiado obediente. Tenía mis propios libros y no espiaba demasiado (un poco sí) los otros que había en casa. Una lástima.



¿Qué de tu experiencia como niña lectora, se entrecruza en tu relación con la lectura y la escritura hoy?



Las tardes de verano, tirada panza al piso en las baldosas frescas, releyendo las novelas de tapa amarilla de la colección Robin Hood. Me entusiasmaba volver a las historias que ya conocía para saborearlas otra vez. Hoy hago lo mismo, por eso siempre estoy atrasada con las novedades. Con la escritura es igual: lo que más me gusta es reescribir, corregir, pulir, probar a decir de otra manera…



Dijo, también, Ema Wolf que “hay una sensualidad en el acto de leer que la escuela no acaba de considerar”… ¿cómo ves esta situación en las escuelas que visitás?



Encuentro docentes que son lectores y mediadores. Son los que tienen conciencia de esa sensualidad, la respetan, la propician. Desgraciadamente no son mayoría, pero afortunadamente existen y su número va en aumento. Los docentes que no son lectores de literatura no conocen esa experiencia y, claro, no pueden tomarla en cuenta. Estos docentes son los que creen que leer es “entender” y someten a los niños y niñas a interrogatorios que llaman “de comprensión lectora”. Pero comprender es, para mí, más que entender: es sentir que las palabras te tocan, que resuenan en vos de una manera única, que lo que está escrito te transporta a otro tiempo, a otro espacio y que estás viviendo ahí con todos los sentidos.

Me parece que entender tiene que ver con hacerse una idea, conocer, informarse, inferir, deducir, pensar. En este sentido, puedo decir que entiendo, por ejemplo, cómo se llevó a cabo la apropiación de niños durante la dictadura. Entiendo cuándo, por qué y para qué. Entiendo en el sentido de estar informada de los hechos, pero no hay manera de que los pueda comprender. Porque comprender es, para mí, mucho más que tener la información. Tiene que ver con rodear algo y acercarlo, acercárselo hasta llegar a incluirlo en uno mismo, así lo dice el diccionario en una de sus acepciones. En ese sentido es que no puedo comprender la apropiación de niños, aunque entienda informativamente lo que pasó. No los puedo comprender porque no lo puedo aceptar, no puedo abrazar esos hechos hasta incluirlos en mí.

Hace poco, una docente me dijo que se había dado cuenta de que la literatura es arte y que eso le cambió por completo la mirada, porque ella estaba tratando a los textos literarios como si fueran textos informativos. Se refería que les preguntaba a los niños por lo que “habían entendido”, y pasaba por alto que en arte, la cuestión pasa por comprender.

Cuando visito una escuela me doy cuenta pronto si la lectura es para esos niños una experiencia vital o solamente pasa por la cuestión de “entender” en el sentido de informarse.



¿Sentís que se brinde a los chicos la posibilidad de un encuentro espontáneo  con el autor, o existe la necesidad de dirigir esos encuentros? 


Encuentro situaciones diversas. En muchas escuelas, los niños llegan al encuentro con preguntas escritas en papelitos. En estos casos sucede que se muestran ansiosos por preguntar, pero no están curiosos por las respuestas. Otras veces sucede que los docentes los instan a que cuenten lo que hicieron después de leer e incluso a que cuenten lo que se acuerdan del texto mismo. En estos casos, me da la sensación de que las preguntas ansiosas del docente obturan la espontaneidad de los niños. Muchas veces me pregunto qué nos pasa a los adultos cuando nos empezamos a preocupar por que los niños “aprendan” a leer. Quiero decir, qué nos pasa como padres y como docentes, cuando pasamos de disfrutar escenas de niños comprendiendo y nos deslizamos a preocuparnos por generar situaciones que los pongan en trance de “demostrar que entendieron lo que suponemos que tendrían que entender”. En esta concepción que considero superada (o al menos desearía que estuviera superada) se apoyan muchas de las famosas “guías didácticas” que aparecen en los libros de texto bajo el nombre de “guías de comprensión lectora”: ¿quiénes son los personajes? ¿cuál es el conflicto con el que se enfrenta el protagonista? ¿por qué hace tal o cual cosa? ¿qué pasa después de que lo hizo? ¿resuelve el conflicto? ¿cómo?  Todas estas preguntas apuntan a que el lector demuestre que entendió en el sentido de estar informado de lo que pasó en la historia. Pero comprender una obra literaria ¿es solo “entender” lo que pasó ahí? Los que somos lectores sabemos bien que no.

Por suerte, en algunas visitas (cada vez más) encuentro que la lectura ha sido una experiencia vital para todos (adultos y niños), entonces la conversación fluye sin necesidad de papeles escritos ni de preguntas inquisidoras. Cuando esto pasa, me queda la sensación de que la visita tuvo sentido.



¿Qué llevás cuando vas a las escuelas al encuentro con los chicos? ¿Con qué volvés?



Llevo mi curiosidad por conocer a esos lectores, mi inquietud por saber si les pasó algo durante la experiencia de leer y mi deseo de que les siga pasando. También llevo mi preocupación por los docentes como lectores y como mediadores, mis deseos de aportarles algo que les ayude en su quehacer. Llevo mi disponibilidad para conversar. Llevo borradores, bocetos, distintos momentos del proceso que desemboca en un libro. Llevo objetos que tienen que ver con algunos de los libros y anécdotas que funcionan como respuesta a algunas preguntas. Llevo distintos libros, ganas de leer y mis orejas bien abiertas a la escucha.

Vuelvo con mi lectura de la experiencia, con sensaciones que me llevan a replantear la visita siguiente, con el recuerdo de lo que los niños y los docentes dijeron, contaron, mostraron a partir de su experiencia como lectores. Escuché que en algunas escuelas preparan la visita de un autor organizando un juego al que llaman “El imbatible”, inspirado en un programa de TV. Lo que organizan es un juego de preguntas y respuestas del orden de lo informativo. El autor o autora asiste como jurado y debe decir si la respuesta es correcta o no, con lo que los participantes se van eliminando hasta quedar como ganador el más informado, el desdichado “Imbatible”. Digo des-dichado, porque en esa competencia de memoria, lo que primero se pierde es la dicha de leer. Escuché que los autores se ven en el trance de  “estudiar” sus propios cuentos o novelas porque no recuerdan esos detalles sobre los que tendrán que juzgar a sus lectores. Y si los propios autores no los recuerdan, ¿por qué tendrían que recordarlos los lectores? Y lo que es peor: ¿para qué? Siento que un lector de literatura es lo opuesto a un imbatible: es alguien que entra a un texto, se deja llevar y hasta invadir, habitar por la historia y ser un habitante de ella. Un habitante dichoso aún en el caso de que la historia lo haga sufrir. ¿El imbatible? Como lectora, muchas obras me dejan en todo caso batida y hasta abatida. Es que de eso se trata leer literatura.

De las visitas a las escuelas vuelvo también con alguna planta, una lapicera nueva, un block bonito, una caja decorada y muchas cartas, láminas, muñecos y construcciones que se salieron de los libros, que estuvieron entre aquellas manos y ahora están en las mías. Y vuelvo también con una pregunta que ya les empecé a hacer a los docentes con los que me encuentro: ¿cómo fue la conversación después de escuchar o leer el cuento? ¿qué pasó en ese después que no se ve en la maqueta, en la lámina, en el muñeco? Entonces me cuentan y, cuando me cuenta pregunto: ¿están registradas las voces de los niños con las intervenciones del mediador? ¿alguien anotó lo que dijeron? ¿quedaron grabadas esas conversaciones para seguir aprendiendo a mediar a partir de ellas? Es que en esas conversaciones está el meollo de lo que pasó con la experiencia, mucho más que en la maqueta, en el dibujo, en cualquier otra producción post-lectura. Con esto no descalifico esas producciones, pero digo que lo más importante que pasó no se muestra. Pienso en lo valioso que sería para los niños notar cómo sus palabras fueron escuchadas y sus silencios, comprendidos. Y con lo importante que sería para los mediadores hacer pie en esas conversaciones para seguir explorando y aprendiendo a mediar.



Recordaba la escena que comentaste, cuando fui a observar la dinámica de tu taller, acerca de aquella escuela en que un chico intentaba relatar su experiencia de lectura con un libro tuyo, con el que fue construyendo una relación particular y el resto de los chicos atentos  su relato, consultándolo respecto de dicho libro… ¿será que los niños pueden constituirse como mediadores de lectura? 



Claro que sí. Ese niño fue, en ese momento, un mediador involuntario, espontáneo, sin formación específica. Tuvo a todo su auditorio atento a lo que decía acerca de ese libro y seguramente les generó, a muchos, deseos de leer. La experiencia de ese niño fue la de ser escuchado. La experiencia de lo demás, fue la de estar escuchando a un par. La experiencia de todos fue la del diálogo lector-texto-lector.



¿Tenés posibilidad de abrir un espacio de reflexión en torno a estas prácticas con los docentes?



Es mi intención y a veces se da en la hora de almuerzo, como charla informal. Trato de usar ese tiempo para conversar sobre la cuestión de mediar entre los libros y las personas. Otras veces hay programada, dentro de la visita, una charla dirigida a docentes, bibliotecarios y padres sobre mediación o también un taller donde trato de mostrar prácticas de lectura con grupos de lectores. Me interesa muchísimo la cuestión de mostrar las prácticas y luego reflexionar sobre cómo las diversas concepciones de infancia y de lectura se juega en ellas.

Vos también, con esta entrevista, me estás ofreciendo esa posibilidad y la tomo para decir lo que desde hace un tiempo vengo diciendo cada vez que puedo, y es que escuchar no es sólo oír, es demorarse en oír. Para que yo, mediadora, pueda dejarme alcanzar por las voces de los otros, hace falta que haga silencio de mí. La escucha es un ejercicio. Mis ideas previas, mis palabras se callan, se a-callan para poder recibir las palabras del otro, para hacerle lugar a lo que tiene de único, de diferente, de singular. Y voy a la sorpresa, a lo que hay en el otro de imprevisible para mí, a lo que contiene, a lo que lo contiene y lo desborda, a lo que es.

La escuela es un lugar privilegiado donde nos encontramos dentro de una “comunidad de lectores” y así tenemos la oportunidad de escuchar lo que otros sienten y piensan de aquello que estamos leyendo, como también la de aportar nuestros sentires y nuestra opinión. Los sentires y opiniones del mediador, según entiendo, no quedan fuera del intercambio, pero sería preferible, me parece, que los dejara para después de escuchar a los demás participantes de la conversación. Pero si intercalara sus comentarios, sería interesante que lo hiciera como la voz de un lector con más experiencia, claro, pero sin dejar por eso de ser un lector más. Lejos de imponer su lectura, su función sería, en mi opinión, ofrecerla para que las otras lecturas se sigan abriendo.

Aidan Chambers se refiere a este “hablar juntos” como un momento de “despegue” hacia lo que, hasta el momento de la charla, nos era desconocido.  Al escuchar lo que otros dicen de lo que estamos leyendo, descubrimos lo que no se nos hubiera ocurrido pensar a solas. Nuestro pensamiento se une y se entrama con el de los otros. Y así, de nuestro solitario “texto pensado”, que es un tejido, va surgiendo el “texto conversado”, otro tejido que crece a lo ancho de la lectura en grupo, a lo largo en el tiempo del encuentro, y que sigue creciendo en nuestro tiempo interno cuando nos lo “llevamos puesto”. Entonces, ese “despegue” del que habla Aidan Chambers, es también profundización: encontramos otras “capas” en el texto, otras capas en nosotros mismos, otras capas en las demás personas (en los distintos niveles de profundidad que tenemos las personas).

Para un docente, para un bibliotecario hay una interesante distancia entre pensar la lectura como un hábito (el tan trillado “hábito de la lectura”) y pensarla como un “lugar habitable”, un “espacio a habitar” en el que no necesariamente estaremos solos aunque también podamos estarlo si queremos y tenemos la oportunidad.



¿Creés que existe una literatura infantil? ¿Qué pensás que constituye su especificidad?



Creo que existe una literatura que suele llegar incluso a los niños, que no los deja afuera. Esa literatura tampoco deja afuera a los adultos. Es una literatura inclusiva. Si tuviera que hablar de alguna especificidad, diría que la LIJ está mediada por los adultos: nosotros elegimos los libros que llegan a los niños y también decidimos la forma en que se los vamos a presentar. La LIJ circula por fuera de la escuela, pero también por dentro y esta cuestión de circular por dentro de una institución educativa, hace que quede en riesgo de desvirtuarse, dependiendo de qué concepción de lectura y de infancias tengamos los adultos que funcionamos como mediadores. Uno de los riesgos es que se utilice un texto literario, como te decía, para evaluar si los niños “entienden lo que leen” (y peor si entender significa acertar con lo que el docente “entiende”).



¿Qué lugar sentís que existe hoy en la literatura infantil y juvenil, para lo sugerido, lo abierto… para la apertura de interrogantes?...



Hoy se publican muchos libros que pasan por ser literatura, pero no lo son, justamente porque no dejan espacios para que los lectores pongan de sí. Historias o símil-poemas tan explicados que no permiten abrir el abanico a diversas lecturas posibles. Son libros que tienden a dejar tranquilo al lector, que no lo mueven ni lo conmueven, que no  lo dejan “inquieto y en estado de pregunta”- dice Cecilia Bajour- como pasa con los libros de literatura, como pasa con todos los productos de cualquiera de las artes. Para que un texto sea literario, es necesario que sea “poroso”, que no esté todo dicho, que la entrelínea (la sugerencia) exista en él porque es en esos poros, en esos espacios donde entra el lector a decir su palabra. Gracias a esos huecos el lector tiene chance de convertirse también en autor: el autor de su lectura.



Publicaste varios libros en los que trabajaste en conjunto con ilustradores… Y me acuerdo de María Elena Walsh cuando refería a las fotógrafas Sara Facio y Alicia D´Amico, las llamaba: “promotoras de la inquietud de la mirada”, de “otro punto de vista”… ¿Podríamos pensar en los ilustradores, hoy, como “promotores de la inquietud de la mirada?...



Diría que sí cuando se trata de ilustradores que hacen una apuesta artística. El artista plástico empieza por tener y desarrollar una mirada inquieta y propia, y es desde ella desde la que crea. Diría que no cuando se trata de ilustradores que acomodan su trabajo a las demandas del mercado, a lo que más se vende, sin correr riesgos. Elijo trabajar con los que nombré primero porque yo misma apuesto, cada vez, a producir un libro que, por salir bien, corra el riesgo de salir mal: sin satisfacción garantizada. Libros que sean el producto de búsquedas internas de ambos autores y no la respuesta a lo que el mercado encontró que se vende y entonces tienta a los autores para que se vuelvan obedientes. Ahora que escribo la palabra obedientes, mi mirada, ante ella… oh! ve dientes.



Hablando de estéticas y/ o temas inquietantes a la mirada, hablemos de “Maqueta”… ¿por qué consideraste, que esa obra merecía ser incluída dentro de la LIJ?



De niña me decían que era de mala educación responder una pregunta con otra pregunta. Ahora me di cuenta de que una segunda pregunta como respuesta puede echar luz sobre la primera, así que te respondo: ¿y  por qué no?



¿Alguna vez rechazaron algún material tuyo para publicar por considerar que no se ajustara – desde las distintas representaciones y parámetros de la editorial en torno a la LIJ – al público infantil?



Sí, por ejemplo Baldanders. No sabían en qué colección incluir esta historia, “para qué edad” podría ser. Hoy que una editorial publicó la historia apostando a no sugerir edades, el libro, con ilustraciones de Tania de Cristóforis, encuentra desde lectores primerísimos (los que todavía no leen palabra escrita, al decir de María Inés Bogomolny) hasta adultos de cualquier edad. Esto me hace pensar en que la indicación de edades en los libros, puede llegar a funcionar en contra de que los libros encuentren lectores.



Graciela Montes decía que el autor amasa su escritura con el agua y el barro que toma del río en ese lugar donde está instalado… ¿en qué lugar estás instalada hoy? Y, desde ese lugar ¿con qué amasás tu escritura?



Creo que me cambio de río y de barro con bastante facilidad y mucha curiosidad. En este momento y desde hace un tiempo ando explorando las aguas de la poesía, pero si se mezclan otras aguas, no es que las dejo pasar. No me aplico el dicho “agua que no has de beber, déjala  correr”. Mi impulso es zambullirme y bucear.



También agregaba Graciela Montes que “ningún escritor se cuestiona si es puro o impuro el lenguaje que está usando: no tiene otro”… ¿cuál es tu lenguaje para escribir?



A veces juego con los niveles de lenguaje y me gusta encontrar diferentes voces. No me preocupa la cuestión de si el lenguaje es puro o impuro, coincido con Graciela Montes, una maestra para mí y para tantos que la seguimos extrañando. Sí me preocupa que el lenguaje sea acorde a lo que estoy narrando. Si una palabra desentona, busco otra. Sobre esta y otras cuestiones (todas, en realidad) me encuentro preguntándome ¿qué diría de esto y lo otro y lo otro Graciela Montes?



¿Qué búsqueda te sostiene en este camino de la literatura infantil y juvenil?



No sé si me sostengo en un camino. Más bien me da la impresión de que voy de rama en rama, como un monito que juega y explora.



¿Hace falta el espacio de la crítica en la literatura infantil? ¿Pensás que puede aportar otros modos de lectura que desplieguen otros recorridos?



Claro. Pienso que somos muchos los autores y muy pocos los críticos. Para ser crítico literario hace falta formación y dedicación, y no hay demasiada gente en el ámbito de la LIJ argentina que se dedique a ello. La crítica aporta, acompaña a leer. Nombro a tres profesionales- la primera de ellas fue pionera- a quienes leo con mucho respeto porque me ayudan a hilar más fino, a ver más: María Adelia Díaz Rönner, Marcela Carranza y Cecilia Bajour. Por eso celebro, recomiendo y curso las Diplomaturas en LIJ de la UNSAM (Universidad de San Martín). Los mediadores necesitamos formarnos, cuestionar, problematizar, elegir con criterio crítico. De lo contrario, corremos el riesgo de que nos vendan gato por liebre. Y lo peor es que, si compramos gato, después lo ofrecemos a los niños convencidos de que es liebre… y nos quedamos tan contentos.



Te pido una breve crítica a la literatura infantil argentina hoy…



Te la voy a deber porque no soy crítica. Me falta formación para serlo. Por eso, entre otras cosas, es que empecé a cursar las Diplomaturas de las que te hablo. No es que solo por cursarlas me vaya a convertir en crítica, pero sé que voy hacerme muchas más preguntas de las que me estoy haciendo ahora. Sé que voy a ver aguas inquietas donde ahora veo aguas nada más.



¿Considerás la narración oral, la lectura en voz alta, como puentes para ir hacia la literatura escrita?



Seguramente. Por eso destaco a los narradores orales que, en sus espectáculos, muestran los libros de donde sacaron las historias. Y por eso también echo de menos los nombres de las obras y autores en las gacetillas de prensa de esos espectáculos.

La lectura en voz alta me parece muy importante. A veces me encuentro con adultos que dicen “a mí nunca me leyeron un cuento”. Lo dicen con el tono de voz de quien reclama un derecho que no le dieron, una caricia que le faltó. Y agregaría algo más a esta cuestión de la oralidad como puente entre las personas y los libros. Es algo que, como dice María Inés Bogomolny, está faltando en la formación de los mediadores y en las propias prácticas de mediación: hablar de libros como se habla de películas (contar una parte, recomendar, llegar al punto en que el otro nos diga “pará, no me lo cuentes que lo quiero a leer”). Eso pasa naturalmente con las películas y estaría muy bueno hacer que pasara con los libros. Que pasara con la misma naturalidad.



Recibiste varios reconocimientos, premios por tus libros, y en 2011 el Pregonero por  tus aportes en la difusión del libro y la lectura, el Premio Hormiguita Viajera 2013 como Maestra Latinoamericana de LIJ, y el Premio Konex (Diploma al mérito - Infantil)...¿qué significan para vos esos premios?



Significan el reconocimiento de unos lectores que a su vez son reconocidos como       especialistas criteriosos y por eso los convocan para ser jurados. Significan que esas personas consideraron esos trabajos como destacables. Y, en definitiva, terminan significando que hay alguien, además de mí, que toma en serio esto que hago todo el tiempo.



Hiciste en tu recorrido taller con Laura Devetach ¿qué aprendiste con ella?



Siempre me digo que gracias a Laura y a mi grupo de compañeras del taller de los martes, que se extendió por espacio de 10 años y con quienes sigo conectada, aprendí a leer. Con esto quiero decir que aprendí a prestar atención a lo que las palabras dicen, a lo que no dicen, a lo que sugieren o dejan de sugerir. También, a escuchar cómo suenan y cómo dicen otras cosas cuando se las combina distinto, a seguir andando por mi “camino lector” (como lo llama Laura), a contar con “miradas otras” cuando se trata de revisar mis textos. Supe que escribir es hacer pie en la cultura y que no es lo mismo ser profundo que haberse venido abajo. Comprendí el rol de los mediadores adultos y por qué necesitan formación. Sigo participando, ya no del taller de Laura, pero sí de sus resonancias que no terminan nunca.

                

Te formaste como maestra…¿Tuviste que des- aprender y/o des- aprehender ciertas cosas del oficio, para poder escribir para chicos?…



Como maestra tenía muchos tics, quería enseñar esto y lo otro. Para escribir necesité sacarme el guardapolvo de explicadora y eso me costó bastante, tirando a mucho. A la vez, cuando pude sacármelo (al guardapolvo, digo), el lugar desde donde escribo hizo que cambiara el lugar desde donde trabajo como docente.



En una entrevista, contaste que Graciela Montes fue una de las primeras en interesarse por tu escritura, y que te había regalado su libro “El corral de la infancia”…  ¿Recordás en ese momento,  época y contexto en que te lo regala, que significó leer ese libro para vos?...



Eso sucedió en la segunda mitad de los ’80. Yo estaba trabajando como maestra de grado en escuelas públicas del conurbano y, a la vez, escribía. Había vuelto la democracia y la literatura infantil florecía con autores de la talla de Ema Wolf, Graciela Cabal, Laura Devetach, Gustavo Roldán y la propia Graciela Montes que dirigía la editorial Libros del Quirquincho. Todos ellos habían abrevado, de una manera u otra, en el proyecto editorial del Centro Editor de América Latina, dirigido por el admirable Boris Spivacov. Yo recibí, a través de ellos, los ecos de aquella mística. Con El corral de la infancia descubrí  lo que pasa cuando un autor “pisa el palito” y “baja línea” (así lo dice Graciela Montes). Entonces me dediqué a sacar los palitos que había pisado en los cuentos que le llevé. Se podría decir que entré en la LIJ pateando mis propios palitos y por la generosidad de gente que dejó y sigue dejando huella.



Llevaste la palabra, como convite, a espacios no formales… cárceles, encuentros con jóvenes droga- dependientes, etc. ¿qué aportó esa experiencia de trabajo a tu modo de trabajar con la literatura?



Aquellos encuentros eran para leer y, salvando el contexto en el que sucedían, no fueron distintos de otros: estábamos en una comunidad de lectores. Si algo tuvieron de diferente fue la manera de manifestarse, en ellos, el poder liberador de la palabra. En situación de encierro obligado, la palabra cobraba mayor peso y consistencia, calaba más hondo, decía y hacía decir “más y otras cosas” (como tal vez hubiera dicho Alejandra Pizarnik). Estas experiencias me ayudaron a comprender que todos somos lectores profundos cuando un texto literario nos toca y nos invita a leer-nos.



Dijiste alguna vez “Mirar las imágenes de un libro no es solo ver, es detenerse a ver, demorarse en ver. Y leer un texto no es solo leer, también es detenerse y demorarse, es re-leer”… Pensaba en esas demoras, en la mirada puesta allí en esos intervalos… pensaba en Juarroz… y te invito a que pensemos juntos, vos, Juarroz… y yo, apenas desde lejos… ¿dale?



Dale.



               “no se trata de hablar,

                ni tampoco de callar;

               se trata de abrir algo entre la palabra y el silencio…”


¿Creés que allí en ese demorarse frente a las imágenes y las palabras al que referís,  es donde puede abrise otro lugar por donde aparezca otra cosa? 


Claro que sí: en la primera lectura tal vez pasaste por alto algunas entrelíneas. Es en las relecturas cuando lo que no está dicho empieza a decirse en vos. No se trata de descubrir lo que Juarroz “quiso decir”, sino de escuchar lo que él no dijo, pero se dice en mí.


  (…)  Buscar esos mensajes intermedios

  La forma que se forma entre las formas

                     Es completar el código

                    O tal vez descubrirlo


¿Será que tenemos que aprender a leer  así?


Es que así es como la literatura te abre las puertas que dejó entornadas para que puedas espiar, al decir de Juarroz, “la forma que se forma entre las formas”. Al lector le puede parecer que la forma que se forma es una sola, pero apenas tenés una experiencia de lectura en grupo, descubrís que entre la palabra y el silencio se abre un espacio donde entran muchas formas, tantas como lectores le presten atención.


"Callar puede ser una música/   Una melodía diferente

Que se borda con hilos de ausencia/   Sobre el revés de un extraño tejido"


¿Cómo te llevás con el silencio?


Muy bien. Lo necesito a diario. En cambio me llevo muy mal con la cháchara, con las palabras hojarasca que decimos para no estar callados. Me acordé de un poema del sanjuanino Rogelio Ramos Signes:


“No soy rápido con las preguntas,
tampoco con las respuestas.
Soy rápido para hacer silencio,
para quedarme callado antes que los demás,
para hacer uso de mi derecho
a permanecer con la boca cerrada,
con las cuerdas vocales en reposo.
Soy rápido para no decir lo que otros dicen,
para callar en medio de la barahúnda…”


"Levantar cada palabra que encontramos

Y examinar mejor debajo (…)

Siempre hallaremos otra huella (…)"


¿Qué huellas reconocés por debajo de tu escritura? 


Reconozco a todos los autores y autoras que te nombré y también a María Elena Walsh y a Javier Villafañe. También vuelvo siempre a Julio Cortázar, a Clarice Lispector y a varios otros que sería largo enumerar. Todos estos creadores nunca terminan de decir lo que están diciendo y, por eso vuelvo, para encontrar lo que me pasó de largo en lecturas anteriores.


"Hay que hallar más mirada en los ojos

O fuera de los ojos… Y descubrir por fin la fiesta prometida (…)"


¿En qué libros, o en qué aspectos de ciertos libros,  sentís hallar los atisbos de la fiesta prometida que merece celebrar la LIJ?


Hoy encuentro esa fiesta prometida en Laura Devetach, Ema Wolf, María Teresa Andruetto, Liliana Bodoc… Abrevando en esa concepción de la literatura que ellas siguen plasmando en obra, estamos unos cuantos otros que venimos tratando de “abrir algo entre la palabra y el silencio”, como dice Juarroz.



"Hago un pozo para buscar la palabra enterrada

Si la encuentro, la palabra cerrará el pozo

Si no la encuentro

El pozo quedará abierto para siempre en mi voz (…)"


Acompaño tu cita de Juarroz con una de Clarice Lispector en “Para no olvidar”:

“Entonces escribir es el modo de quien usa la palabra como carnada: la palabra pescando lo que no es palabra. Cuando esa no-palabra muerde la carnada, algo se ha escrito. Una vez que se pescó la entrelínea, se puede tirar con alivio la palabra. Pero ahí cesa la analogía: la no-palabra, al morder la carnada, la incorporó…”



Iris Rivera, buscadora incansable de palabras… no me digas que palabra estás buscando ahora…  Tendrás mucho por hacer, pensar, decir… tendré, luego de todas tus amables respuestas, mucho por pensar, pensar, pensar… Y Juarroz, que ha pensado demasiado en su tiempo, tiene las palabras exactas para… ¿cerrar?...

"... Quedarán por decir

Casi todas las cosas.   
Es demasiado tarde para empezar otra vez desde el comienzo..."


Es que mientras se vaya volviendo tarde para los que ahora decimos, estará amaneciendo para los que llegan con voz y palabra nueva. Y de eso se trata. Por suerte, como descubre Juarroz, quedarán por decir casi todas las cosas.


Gracias Iris.



Gracias a vos Ivanna.
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Acerca de Iris Rivera
Iris Rivera nació en Buenos Aires en 1950 y desde entonces vive en Longchamps, una localidad de la zona sur del conurbano bonaerense. Es maestra y profesora en Filosofía y Ciencias de la Educación.
Trabajó como docente de nivel primario y secundario en escuelas oficiales durante 25 años. Paralelamente con la carrera docente, comenzó a publicar literatura infantil como autora y se especializó en formación de mediadores entre las personas y los libros.
Participó durante años del taller Cadaquince coordinado por Laura Devetach y cursó el Postítulo en Literatura Infantil y Juvenil del CePA (Centro de Pedagogías de Anticipación, dependiente del Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires). Realizó colaboraciones para diversas revistas infantiles: Anteojito, Billiken y AZ-diez. Se desempeñó como mediadora en espacios no convencionales (hogares de niños, ancianos, jóvenes en recuperación por drogadependencia y cárceles).
Actualmente participa como conferencista y panelista en Jornadas y Congresos de la especialidad, y coordina talleres literarios de lectura, escritura y reflexión. Por su trabajo como especialista en LIJ recibió el premio Pregonero 2011 otorgado por la Fundación El Libro. También, el premio Hormiguita Viajera 2013 como Maestra Latinoamericana de LIJ otorgado por la Biblioteca Madre Teresa de Calcuta. Y el premio Konex (Diploma al mérito- Infantil)
Premios y distinciones 
*Premio “Destacados de ALIJA 2006″, categoría “Cuento”, por su libro Llaves (Buenos Aires, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, 2007).
*Premio “Destacados de ALIJA 2009″, categoría “Cuento” por su libro El Cazador de incendios (Buenos Aires,  Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, 2010). Este libro también fue editado en España y seleccionado por el Plan Lector 2009 en ese país.
*Mención en “Destacados de ALIJA 2010″, categoría “Libro-álbum” por su libro ¿Dale?, en coautoría con Lancman Ink (ilustraciones) (Buenos Aires, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, 2011).
*Gran Premio ALIJA 2009, en los “Destacados de ALIJA” por su libro Haiku, en coautoría con María Wernicke (ilustraciones) (Buenos Aires, Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina, 2010). Este libro-álbum también fue nominado por el Banco del Libro de Venezuela entre los mejores publicados para niños en Latinoamérica durante ese año e integró la selección The White Ravens 2011, preparada por la Internationale Jugendibibliothek de Munich (Alemania).
*Premio Pregonero 2011, categoría “Especialista”, por su labor en la difusión del libro y la lectura (Buenos Aires, Fundación El Libro, 2011).
*Premio Hormiguita Viajera 2013 como Maestra Latinoamericana de LIJ otorgado por la Biblioteca Madre Teresa de Calcuta
*Premio Konex  2014 (Diploma al mérito- Infantil)

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